Un inesperado viaje les había separado, no solo echaba de menos su presencia en la casa, también empezaba a experimentar cambios en sus sentimientos uno respecto del otro, por lo menos en ese momento, sentía la imperiosa necesidad de tener a alguien a su lado, aunque siempre se había auto definido como un solitario autosuficiente.
Desde aquella tarde en que partió no había vuelto a tener ni sentir un cuerpo cálido, desnudo, exhausto, tumbado, abrazado, descansando después de haber hecho el amor hasta la saciedad.
Esperaba por el ascensor, cuando una hermosa vecina del piso de abajo salió del interior. Ocultaba su rostro detrás de sus lacios cabellos rubios, quizás trataba de esconder la amargura que en el denotaba, tenía los ojos un tanto hinchados, debía de haber estado llorando, quizás su novio la había dejado o algo parecido; sutilmente volteó a mirarle, llevaba unos ceñidísimos vaqueros negros y una remerita blanca estampada sobre sus pechos con la prominente boca y pecaminosa lengua de Jagger que simboliza a los Stones y un par de alas de ángel en la espalda, era a duras penas poco menos ajustada que los jeans, marcando su preciosa figura curvilínea, mas no exagerada.
Debió volver a presionar el botón pues había perdido el ascensor al quedarse admirándole. Bajó al café de la esquina, llevaba como de costumbre papel y lápiz por si se le ocurría escribir o dibujar algo, una taza grande de café caliente muy negro y sin azúcar solía ordenar. Gustaban de sentarse junto a la amplia vidriera del café en aquella pequeña mesita, donde charlaban por largos ratos, planeando sus vidas, los hijos, la casa, el coche, de llegar a envejecer juntos. En aquel momento quizá lo hizo por nostalgia, tratando de traer de vuelta los recuerdos de una época que había, aparentemente, llegado a su fin. Tomaba un breve sorbo, estaba aún muy caliente para su gusto, contrario a ella que le reclamaba porque dejaba siempre enfriar el café. Pensó en ella, aun le echaba mucho de menos, sin importarle que harían ya cuatro años desde que se había ido.
Solo se habían vuelto a ver una vez, se tomó unas vacaciones y quiso ir a verla. No hacia aun tanto tiempo un año, quizás un poco mas, pero hablaban constantemente y sentía aun ese vacio que dejó en su alma la ausencia de ella, pensaba proponerle matrimonio y se iría a vivir con ella. Planeó una velada romántica, a la antigua, cena a la luz de la luna y las estrellas, un paseo en góndola por los canales de Venezia, a pesar que detestaba el champán pretendía tener una dentro de la góndola pues a ella le encantaba y en algún momento de la noche caería el anillo de compromiso dentro de la copa justo cuando le estuviera sirviendo, ella lloraría, se quedaría sin palabras, se llevaría una mano a la boca, lo besaría y agitaría fuertemente la cabeza diciendo que si. Pero quedó solo como eso, como un plan, como un recuerdo del futuro pasado de su mente, cuando volvió a verle supo que todo había cambiado, ya no sentía lo mismo por ella que antes de subir al avión, justo en ese momento supo que había presenciado el principio del final, atrás había dejado el recuerdo de aquellas noches llenas de melancolía, de soledad, se había convencido de que ya no lo extrañaba mas.
Terminó su taza de café, miró el papel, inexplicablemente había hecho un bosquejo de aquella muchacha que vio salir del ascensor unos minutos antes, ni siquiera se había dado cuenta de que había estado dibujando, una cosa era evidente, era tan hermosa y caminaba tan segura de si, aunque aparentemente había llorado, que había captado su atención, en tan solo un par de segundos le había arrebatado el aliento.
Iba camino del café como de costumbre a la misma mesita ubicada en justo en la vitrina cuando notó la presencia de alguien a quien nunca había visto allí. Hizo el intento de aproximarse luego prefirió no hacerlo, quizás al igual que el disfrutaba de su sola compañía, de sus dudas, de sus temores, de sus demonios. Quedó sentado en uno de los altos taburetes próximos a la barra, sacó del bolsillo izquierdo de la chaqueta de cuero una cajetilla de dura de Marlboro rojos, golpeó un par de veces el cigarrillo sobre la mesa, lo encendió, aproximó un cenicero, tomó dos caladas, lo dejó caer en el cenicero y contempló el humo que salía mientras se quemaba el tabaco.
Tiró un par de veces de las solapas de la chaqueta de cuero, ajustándola bien, se pasó la mano derecha por su larga cabellera negra y se dijo asimismo vamos; dándose vuelta en dirección a la mesa donde se encontraba ella, se sorprendió al ver que ya no estaba. Sacó dinero de sus bolsillos, los dejó sobre la barra y se marchó de nuevo al edificio.
La volvió a ver en el lobby, esta vez no lo pensó dos veces, se le acercó y saludó con decoro, le comentó de aquel día en el que parecía haber estado llorando, ella no lo había notado aquel día, se disculpó por no haber saludado al bajar del elevador, solo si aceptas una taza de café o una copa alguna vez, dijo con su sonrisa torcida; bien, acepto el café le dijo; el martes puedo, te parece? El martes será, el le contestó.
Desde aquel día comenzaron a verse seguido, platicaban, se hacían mutua compañía, llegaron a encariñarse y a preocuparse realmente por el otro, apoyándose en esa difícil etapa por la que atravesaban en aquel momento.
Desde aquella tarde en que partió no había vuelto a tener ni sentir un cuerpo cálido, desnudo, exhausto, tumbado, abrazado, descansando después de haber hecho el amor hasta la saciedad.
Esperaba por el ascensor, cuando una hermosa vecina del piso de abajo salió del interior. Ocultaba su rostro detrás de sus lacios cabellos rubios, quizás trataba de esconder la amargura que en el denotaba, tenía los ojos un tanto hinchados, debía de haber estado llorando, quizás su novio la había dejado o algo parecido; sutilmente volteó a mirarle, llevaba unos ceñidísimos vaqueros negros y una remerita blanca estampada sobre sus pechos con la prominente boca y pecaminosa lengua de Jagger que simboliza a los Stones y un par de alas de ángel en la espalda, era a duras penas poco menos ajustada que los jeans, marcando su preciosa figura curvilínea, mas no exagerada.
Debió volver a presionar el botón pues había perdido el ascensor al quedarse admirándole. Bajó al café de la esquina, llevaba como de costumbre papel y lápiz por si se le ocurría escribir o dibujar algo, una taza grande de café caliente muy negro y sin azúcar solía ordenar. Gustaban de sentarse junto a la amplia vidriera del café en aquella pequeña mesita, donde charlaban por largos ratos, planeando sus vidas, los hijos, la casa, el coche, de llegar a envejecer juntos. En aquel momento quizá lo hizo por nostalgia, tratando de traer de vuelta los recuerdos de una época que había, aparentemente, llegado a su fin. Tomaba un breve sorbo, estaba aún muy caliente para su gusto, contrario a ella que le reclamaba porque dejaba siempre enfriar el café. Pensó en ella, aun le echaba mucho de menos, sin importarle que harían ya cuatro años desde que se había ido.
Solo se habían vuelto a ver una vez, se tomó unas vacaciones y quiso ir a verla. No hacia aun tanto tiempo un año, quizás un poco mas, pero hablaban constantemente y sentía aun ese vacio que dejó en su alma la ausencia de ella, pensaba proponerle matrimonio y se iría a vivir con ella. Planeó una velada romántica, a la antigua, cena a la luz de la luna y las estrellas, un paseo en góndola por los canales de Venezia, a pesar que detestaba el champán pretendía tener una dentro de la góndola pues a ella le encantaba y en algún momento de la noche caería el anillo de compromiso dentro de la copa justo cuando le estuviera sirviendo, ella lloraría, se quedaría sin palabras, se llevaría una mano a la boca, lo besaría y agitaría fuertemente la cabeza diciendo que si. Pero quedó solo como eso, como un plan, como un recuerdo del futuro pasado de su mente, cuando volvió a verle supo que todo había cambiado, ya no sentía lo mismo por ella que antes de subir al avión, justo en ese momento supo que había presenciado el principio del final, atrás había dejado el recuerdo de aquellas noches llenas de melancolía, de soledad, se había convencido de que ya no lo extrañaba mas.
Terminó su taza de café, miró el papel, inexplicablemente había hecho un bosquejo de aquella muchacha que vio salir del ascensor unos minutos antes, ni siquiera se había dado cuenta de que había estado dibujando, una cosa era evidente, era tan hermosa y caminaba tan segura de si, aunque aparentemente había llorado, que había captado su atención, en tan solo un par de segundos le había arrebatado el aliento.
Iba camino del café como de costumbre a la misma mesita ubicada en justo en la vitrina cuando notó la presencia de alguien a quien nunca había visto allí. Hizo el intento de aproximarse luego prefirió no hacerlo, quizás al igual que el disfrutaba de su sola compañía, de sus dudas, de sus temores, de sus demonios. Quedó sentado en uno de los altos taburetes próximos a la barra, sacó del bolsillo izquierdo de la chaqueta de cuero una cajetilla de dura de Marlboro rojos, golpeó un par de veces el cigarrillo sobre la mesa, lo encendió, aproximó un cenicero, tomó dos caladas, lo dejó caer en el cenicero y contempló el humo que salía mientras se quemaba el tabaco.
Tiró un par de veces de las solapas de la chaqueta de cuero, ajustándola bien, se pasó la mano derecha por su larga cabellera negra y se dijo asimismo vamos; dándose vuelta en dirección a la mesa donde se encontraba ella, se sorprendió al ver que ya no estaba. Sacó dinero de sus bolsillos, los dejó sobre la barra y se marchó de nuevo al edificio.
La volvió a ver en el lobby, esta vez no lo pensó dos veces, se le acercó y saludó con decoro, le comentó de aquel día en el que parecía haber estado llorando, ella no lo había notado aquel día, se disculpó por no haber saludado al bajar del elevador, solo si aceptas una taza de café o una copa alguna vez, dijo con su sonrisa torcida; bien, acepto el café le dijo; el martes puedo, te parece? El martes será, el le contestó.
Desde aquel día comenzaron a verse seguido, platicaban, se hacían mutua compañía, llegaron a encariñarse y a preocuparse realmente por el otro, apoyándose en esa difícil etapa por la que atravesaban en aquel momento.
Al cabo de un tiempo, aun no se atrevía a decirle lo que estaba sintiendo por ella, -nos vemos en el café hoy? Como de costumbre!! No había ponderado la posibilidad de que ella estuviera viendo a alguien mas, era prácticamente ridícula aquella idea, pero ese martes, al llegar al café se dio cuenta de que lo que pensaba no era imposible. –Quiero que conozcas a alguien. –Disculpa pero debo marcharme, estoy algo apresurado, fue lo único que dijo, se dio vuelta y con la cabeza metida entre los hombros, ajustó su gorra y se marchó. –Que cosas pensabas? Iba a estar esperando que le dijeras algo? No, perdiste tiempo, llegó alguien mucho mas decidido y ya está con ella. Déjala ir, estaremos bien. Dijo para si. Y se marchó taconeando sus botas de pitón contra la acera y mientras silbaba su pieza de jazz favorita, volvió a pensar, -Total, si no tengo sus besos, no muero por eso..... Si no te mata...... sólo te hace más fuerte.......